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1 de marzo de 2010

Por: Melania Musuruana
Psicoanalista- Psicóloga- Tesista Mag. en Psicoanálisis U.N.R.



















“los deterioros de las palabras
deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder más
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra liquefacción”

Alejandra Pizarnik, En esta noche, en este mundo

La escritura de Alejandra Pizarnik me enseñó acerca de la melancolía tanto como los ensayos freudianos, esto no quiere decir que me interese hacer un diagnóstico, ni caer en la tentación de un psicoanálisis aplicado al artista, pero es imposible no reparar que en su poesía y en su prosa se da a leer el dolor de existir, la acidia y la melancolía. Julia Kristeva, en una entrevista que publica la revista Zona erógena nº 20, dice que su interés por la palabra del depresivo le parece su aporte a la escucha y a la clínica psicoanalítica:

“’No -parecen decir los melancólicos y los deprimidos - vuestra sociedad, vuestras actividades, vuestras palabras no nos interesan, estamos en otra parte, no estamos, no somos, estamos muertos". Por otra parte, la "desvalorización del lenguaje’. El discurso deprimido puede ser monótono o agitado, pero la persona que lo sostiene da siempre la impresión de no creer en él, de no habitarlo, de mantenerse fuera del lenguaje, dentro de la cripta secreta de su dolor sin palabra.”

La pregunta, en todo caso, es qué ocurre en la poesía. Sin dejarnos suponer depresivo o melancólico al poeta, podemos sin embargo escuchar una posición melancólica en el poema, o bien puede ser que el poema nos lleve a un lugar común con la melancolía; aunque a veces es innegable la insistencia de un decir melancólico y melancolizante del poeta a través de su obra. Allí situaría yo a la melancolía en la poesía. Pero entonces hay algo del orden del decir, hay un resto que se refugia en la palabra o la palabra cumple la función de resto y por lo tanto hay otra función del objeto perdido/cedido del que hablaba más arriba. En este sentido es interesante retomar la relación del genio y la melancolía. Mattoni dice, a propósito de Baudelaire:

“Todo parece alejarlo de la comunicación, como diría Biswanger, hasta de la mínima necesaria para sobrevivir. Pero el poema es la prueba de que la atmósfera angustiante no degrada a quien habla, que precisamente pasa por trabajar laboriosamente sobre palabras que no dicen nada. ‘La destrucción fue mi Beatriz’, dirá Mallarmé abriendo otra puerta de la poesía moderna. La máquina destructiva de Baudelaire le da impulso a su escritura, en su momento negativo, una liberación de energía que después podrá descargarse a favor de los otros, las viudas, los viejitos, los mendigos, pero no en general sino en particular, en calles precisas.”8

Voy a citar extractos de poemas de Alejandra Pizarnik que dicen acerca de esta singular relación de la poesía con la melancolía:

“Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.”9

“No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.”10

‘Poema’, en Los trabajos y las noches:

“Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.”

En La condesa sangrienta podemos situar la identificación regresiva a la fase oral, la “manducación canibalesca”, como dice Agamben, según la cual se incorpora y se destruye en el mismo acto al amado/odiado objeto. Erzébet Báthory se nutría y se daba baños con la sangre de bellas jóvenes para capturar sus atributos, especialmente el de la lozanía, en un ritual que recuerda al banquete totémico del mito freudiano en el que el clan consume al asesinado padre de la horda para tomar de él todas sus cualidades. Identificación canibalística, primordial, devoración del objeto:

“oh mis muertos
me los comí me atraganté”

Agamben dice que así como la clasificación de la psiquiatría del siglo XIX llamó melancolía a los cuadros de canibalismo que se presentaban en el escenario criminal de la época, detrás de los ‘ogros melancólicos’ de los archivos legales resucita la figura siniestra de Saturno comiéndose a sus hijos,“cuya asociación tradicional con la melancolía encuentra aquí un fundamento ulterior en la identificación de la incorporación fantasmática de la libido melancólica con la comida homofágica del depuesto monarca de la edad de oro.”11

“El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.”12

Dualidad de la melancolía, del espejo, la vida la muerte como dice Rene Major, intuición que hace de La condesa sangrienta el emblema de la figura melancólica- maníaca, de esa perversión blanca e innombrable13 como la llama Kristeva.

“Continúo con el tema del espejo. Si bien no se trata de explicar a esta siniestra figura, es preciso detenerse en el hecho de que padecía el mal del siglo XVI: la melancolía […]Pero hay remedios fugitivos: los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta pueden iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. Luego, cuando se acabe la cuerda, habrá que retornar a la inmovilidad y al silencio.”14

Dice Starovinsky en La melancolía y el espejo que el ojo del melancólico mira lo insustancial.

Los placeres sexuales no pueden borrar nada porque justamente nada se borra en la melancolía, la manía erótica es precisamente un intento fallido e igualmente hemorrágico de convertir la opaca galería de espejos en una fiesta que no se acerca ni un poco a la asunción jubilosa de la imagen especular de la constitución imaginaria. Siguiendo escritos freudianos como el manuscrito G y el “Proyecto…” podemos decir que la hemorragia es de las representaciones. Es esa fuga a lo insustancial, a la nada, que se realiza exitosamente, dice Lacan, en el pasaje al acto por excelencia que es el suicidio.

Material publicado en PSIKEBA revista de Psicoanálisis y Cultura

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