Estación Quilmes: 15 oct 2010

  Diego Roel

15 de octubre de 2010




Las variaciones del mundo


Todo nace y muere en mí

No hay nada que quitar, nada que añadir:
lo Real yace detrás del velo de las horas.

Todo nace y muere en mí.



Ahora voy hace ninguna parte,
Dejo que las cosas se aproximen.

No tengo nombre ni memoria.



Me inclino sobre la última imagen
y veo lo que sucede alrededor.

El viento arrastra papeles, palabras, objetos,
las infinitas variaciones del mundo.



Nada es real.

Sí, en este silencio
me deslizo como una forma sin cuerpo.

No quiero asirme a ningún gesto.



Ahora suelto las manos del tiempo
y voy hacia lo que está del otro lado.

Escucho lejanas melodías.



Porque se fugaron las categorías
y ya nadie designa o señala o califica.

Nadie dice esto es una piedra, un animal,
un hombre, un alma que transita
de cuerpo en cuerpo, en luz, en superficie.

Nadie dice esto es un fulgor, un pájaro,
el vientre oculto de las cosas

Ya nadie nombra, nadie.

En esta curva
la palabra no tiene peso,
consistencia.

Por eso
salgo a ver afuera
aquello que palpita adentro.

Intento decir lo esencial,
deletrear el invisible alfabeto de los ciegos.



Pero es inútil, otra vez
el discurso se fragmenta.
Y avanzo a tientas,
asido a penas a un color,
a un ademán del viento.

Aquí nada conjuga con nada:
se cayeron los nombres y los signos.

Y sólo queda un resplandor,
el armazón deshilachado de los días.



No tengo hacia dónde ir.

Me quedo quieto y espero
el golpe y la caída.

No tengo hacia dónde ir.



En esta orilla
me abro a la espiral continua de los sueños.

Y veo pasar los números, las letras,
las últimas banderas.

Soy un testigo.

Me quedo quieto y contemplo
la incesante sucesión.




Avanzo y retrocedo:
suelto las manos y los pies,
abro las piernas del lenguaje.

Y observo lo que está del otro lado,
aquello que tiembla, que tiembla y sangra.

Escribo en los márgenes,
en la fisura de los días.

Y alzo las manos,
mi corazón sin sombra.



En este mundo
nada puede ser alcanzado,
perseguido.

No hay nada que encontrar.

La flecha se convierte en círculo.



El menor gesto,
el menor movimiento nos aleja.



Por eso
hay que pararse en ese intervalo,
en ese espacio en blanco entre las letras.
Ya no hay separación:
estallaron las formas y los signos.



Nada es real



Ahora puedo ver más allá del lenguaje
ese Lugar o Corazón o Templo.

Útero del mundo. Oscura matriz de lo posible.



Sé que un día despertaré en una observación
completamente desnuda, completamente virgen.



Escribo como quien salta o juega o ríe o canta.

El poema apunta hacia lo que está detrás,
hacia lo vacío.
Lo que desvela se oculta entre las sílabas.



Entonces
quedarse quieto, vivir en soledad.

Y entregarse a lo que viene,
a lo que huye y salta.

Sí, hay que observar las señales
que dejen las horas en los cuerpos.



Escribo en los pliegues del paisaje.

Me aproximo a un lugar fuera del espacio y del
tiempo. A una zona de lucidez y silencio.

Al corazón azul del poema.



Uno a uno,
Dentro del Pozo caen
Los colores del Reino.
Las Voces del Aire me dijeron:

Hay un jardín más allá del vocablo. Hay un Jardín
que es un Desierto. Hay un Desierto que es un Mar.

Hay un Mar, un Jardín, un Desierto.



Camino sobre las Aguas.

Voy hacia donde caen las últimas banderas,
hacia donde brillan las piedras y cantan
las perdidas voces del Cielo.

No tengo peso ya.



Diego Roel
Argentino - 1980

Nació en Temperley y actualmente reside en Mendoza. Publicó “Padre Tótem/Oscuros umbrales de revelación” (Ed. Libros de Tierra Firme – 2004); “Diario del Insomnio” (Ed. Libros de Tierra Firme – 2005); “Cuaderno del desierto” (Ed. Libros de Tierra Firme – 2007) y “Las variaciones del mundo” (Ed. El Mono Armado – 2010) de donde es esta selección.