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  Escuchemos a Alejandra Pizarnik

21 de enero de 2010



El despertar - Alejandra Pizarnik

1 comentarios :

Claudia dijo...

“Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.” –Alejandra Pizarnik-
Cuando Alejandra Pizarnik rescató esta idea probablemente ignoraba hasta que punto el psicoanálisis se valdría de su escritura; su pensamiento profundamente analítico y su constante buceo en sus propias profundidades para teorizar y alimentarse de esta riquísima persona.
“Alejandra Pizarnik, primera analizante en castellano, interroga al psicoanálisis, no sólo como espacio clínico o zona de identidad personal, sino como modo de intervenir en las discusiones de la cultura; en las preguntas sobre cómo tramamos relaciones con el lenguaje, con las representaciones que nos hacemos de nosotros mismos y del mundo; con la idea de porvenir, con los asuntos de la vida: el dolor y el sufrimiento, el deseo y la muerte….”.(Marcelo Percia)
Entrar en el universo de esta poetiza es una aventura llena de belleza; dolor; desamparo y muerte, que será un tema básico de su poesía:
“Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan”
“¿Cómo no me suicido frente a un espejo
Y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?”
Nos confronta con nuestros propios miedos, con nuestra humanidad descarnada y frágil.
“Qué haré con el miedo
qué haré con el miedo”
Conocer su obra es comprender el valor de LA PALABRA. Alejandra Pizarnik comparte con Juarroz la idea de que “En el principio fue el verbo”. Si “nombrar es crear” como asegura Marcel Granet, el poeta existe como creador del mundo, verso por verso, palabra por palabra.
“Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo.”
Cuando declara su mayor obsesión después del amor y la escritura, anotando entre paréntesis su propia voz en tercera persona:
“El más grande misterio de mi vida es éste: ¿por qué no me suicido? En vano alegar mi pereza, mi miedo, mi olvido (se olvida de suicidarse). Tal vez por eso siento, de noche, cada noche, que me he olvidado de hacer algo, sin darme cuenta de qué. Cada noche me olvido de suicidarme”.
No dice que quiere suicidarse, se pregunta por qué no se suicida. El suicidio no parece un deseo, sino una fatalidad. Entonces, cada noche se olvida de lo inevitable. Tal vez así, en el olvido, diga su deseo de vivir.
Claro, que finalmente un día se acordó…
“Abandono de todo plan literario… Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana… sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran”.

Y es verdad… somos millones los que amamos su obra, pero si tan desamparada se sintió ¿quién puede decir que amo realmente a esta mujer?
De todas maneras pienso seguir cometiendo la osadía de adentrarme en su universo literario, que sobrevivió a pesar suyo y me ayuda a burlar mis propios miedos y liberar al deseo.
Perdón, Alejandra, mi necesidad de ternura también “es una larga caravana”, y voy a continuar valiéndome de tus palabras, más terribles de lo que sospechabas, para hacer de mi vida un lugar más amable.