Las patrullas de avanzada alertan sobre movimientos enemigos. El primer intento de uno u otro bando provoca la réplica esperada. Luego, habrá desplazamientos de una y otra fuerza y el choque previsto de los infantes. Algunos peones blancos y algunos peones negros se inmolan entre glorias y clamores y la caballería carga contra una defensa sin demasiado futuro. Rey y Reina se agazapan se recluyen. El vigía de la torre alerta: "en el bosque cercano, peones negros y peones blancos acuerdan, se reúnen". Del bosque cercano llegan como murmullos de vientos insurrectos, himnos de peones blancos y peones negros; una misma canción.
Marcos Silber (1934)
Formó parte del grupo "Barrilete" y es miembro fundador de "La Sociedad de los Poetas Vivos".
esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa en el revés de un éxtasis/hace dos o tres besos fue mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo cuando le dan de amar/
y un beso antes todavía/ pisaba el mundo corrigiendo la noche con un pretexto cualquiera/en realidad es una nube a caballo de una mujer/un corazón
que avanza en elefante cuando tocan el himno nacional y ella rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos por la llovizna nacional/
esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas que lava con furor/con sangre/con olvido/ encenderla es como poner en la vitrola un disco de gardel/ caen calles de fuego de su barrio irrompible
y una mujer y un hombre que caminan atados al delantal de penas con que se pone a lavar/ igual que mi madre lavando pisos cada día/ para que el día tenga una perla en los pies/
es una perla de rocío/ mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío/ le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío/ en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas creciendo/
el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza/ siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día/ limpiaba suciedades del mundo/ lavaba el piso del sur/
volviendo a esa mujer/en sus hojas más altas se posan los horizontes que miré mañana/ los pajaritos que volarán ayer/ yo mismo con su nombre en mis labios/
Juan Gelman
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Che bandoneón por César Stroscio
Letra: Homero Manzi Música: Anibal Troilo
El duende de tu son, che bandoneón, se apiada del dolor de los demás; y al estrujar tu fueye dormilón se arrima al corazón que sufre más. Estercita y Mimí, como Ninón, dejando sus destinos de percal, vistieron, al final, mortajas de rayón al eco funeral de tu canción.
Bandoneón, hoy es noche de fandango y puedo confesarte la verdad copa a copa, pena a pena, tango a tango, embalado en la locura de alcohol y la amargura. Bandoneón, ¿para qué nombrarla tanto? ¿No ves que está de olvido el corazón y ella vuelve noche a noche como un canto en las notas de tu llanto, che, bandoneón...?
Tu canto es el amor que no se dio, y el cielo que soñamos una vez, y el fraternal amigo que se hundió cinchando en la tormenta del querer, y esas ganas tremendas de llorar que a veces nos inunda sin razón, y el trago de licor que obliga a recordar que es alma está en orsái, che, bandoneón...
"Una noche de agosto de 1936, en su casa de Granada, Federico García Lorca, poeta y antifascista, tuvo un sueño. Soñó que se encontraba en el escenario de su teatro ambulante y que, acompañándose con el piano, estaba cantando canciones gitanas. Iba vestido de frac, pero en la cabeza llevaba un sombrero de ala ancha. El público estaba formado por viejas vestidas de negro, con mantones sobre los hombros, que lo escuchaban absortas. Un voz, desde la sala, le pidió un canción y Federico García Lorca comenzó interpretarla. Era una canción que hablaba de duelos y naranjales, de pasiones y de muerte. Cuando acabó de cantar, Federico García Lorca se puso en pie y saludó a su público. Bajó el telón y sólo entonces se dio cuenta de que detrás del piano no había bastidores, sino que el teatro se abría hacia un campo desierto. Era de noche y había luna. Federico García Lorca miró entre los cortinajes del telón y vio que el teatro se había quedado vacío como por encanto, la sala estaba completamente desierta y las luces se estaban apagando. En aquel momento oyó un aullido y descubrió detrás de él un pequeño perro negro que parecía estar esperándolo. Federico García Lorca sintió que debía seguirlo y dio un paso. El perro, como ante una señal convenida, empezó a trotar lentamente abriendo camino. ¿Adonde me llevas, pequeño perro negro?, preguntó Federico García Lorca. El perro aulló lastimosamente y Federico García Lorca sintió un escalofrío. Se dio la vuelta y miró hacia atrás, y vio que las paredes de tela y madera de su teatro habían desaparecido. Sólo quedaba una platea desierta bajo la luna mientras el piano, como si lo rozaran dedos invisibles, continuaba tocando por sí solo una vieja melodía. El campo estaba cortado por un muro: un largo e inútil muro blanco tras el cual se veía más campo. El perro se detuvo y aulló nuevamente, y también Federico García Lorca se detuvo. Entonces de detrás del muro surgieron unos soldados que lo rodearon riéndose. Iban vestidos de oscuro y llevaban tricornios en la cabeza. Sostenían el fusil en una mano y en la otra una botella de vino. Su jefe era un enano monstruoso con la cabeza llena de protuberancias. Tú eres un traidor, dijo el enano, y nosotros somos tus verdugos. Federico García Lorca le escupió en la cara mientras los soldados lo sujetaban. El enano rió de un modo obsceno y gritó a los soldados que le quitaran los pantalones. Tú eres una mujer, dijo, y las mujeres no deben llevar pantalones, deben permanecer encerradas entre las paredes de casa y cubrirse la cabeza con una mantilla. A un gesto del enano los soldados lo ataron, le quitaron los pantalones y le cubrieron la cabeza con un chal. Asquerosa mujer que te vistes de hombre, dijo el enano, ha llegado la hora de que reces a la Santa Virgen. Federico García Lorca le escupió en la cara y el enano se secó riendo. Después sacó del bolsillo la pistola y le introdujo el cañón en la boca. Por los campos se oía la melodía del piano. El perro aulló. Federico García Lorca oyó el estampido y despertó con sobresalto en su cama. Estaban golpeando la puerta de su casa de Granada con las culatas de los fusiles."
Antonio Tabucchi De Sueños de sueños
Nació en Pisa, Italia, en 1943. Conocido sobre todo por sus trabajos sobre el escritor portugués Fernando Pessoa, enseña Lengua y Literatura Portuguesa en la Universidad italiana de Siena, interés que le viene desde su juventud cuando, de viaje por París, encontró el poemario Tabacaria del poeta portugués. Como novelista, alcanzó éxito con Sostiene Pereira, que fue adaptada al cine, al igual que otra de sus obras, Réquiem. Sostiene Pereira obtuvo, además, el Premio Campiello, el Scanno y el Jean Monnet. Ha sido galardonado asimismo por su novela Notturno Indiano, con el premio francés Médicis étranger; y con el premio español de periodismo Francisco Cerecedo.
Su Obra:
La oca al paso 2010 El tiempo envejece-deprisa 2010 Autobiografías ajenas. Poéticas a posteriori 2006 Tristano muere 2004 Se está haciendo cada vez más tarde 2000 La gastritis de Platón 1999 Los volatiles del beato Angélico 1999 La línea del horizonte 1998 El ángel negro 1997 La cabeza perdida de Damasceno Monteiro 1997 Un baul lleno de gente 1996 Sostiene Pereira 1994 Réquiem. Una alucinación 1992 Pequeños equívocos sin importancia 1985 Nocturno Hindú 1984 Dama de Porto Pim 1983 El juego del revés 1981 Piazza d'italia 1975
Obra: "Federico García Lorca" - Antonio Guijarro Morales