17 de septiembre de 2016
¿Por qué no hay más bien brócoli?
¿Por qué no hay más bien nada?
Leibniz (1646 – 1716)
¿Quién le puso brócoli al brócoli?
Sofía, mi nieta (6 años)
1
Ni media palabra, Leibniz, sólo cuchicheos por lo bajo,
la vida en suspenso a la hora de la siesta, un
zumbido que la mano quiere borrar con gesto despiadado,
tan ancestral el instinto como estúpida la soberbia,
tan huidizos los sueños como hojarascas al viento.
2
El reloj de arena se detuvo, aunque no la araña
que sigue su labor entre las vigas maestras del techo;
la araña no repara en el roce perdido de sus pasos
y todo hace pensar que siempre la historia es otra cosa:
empieza donde termina, pero nunca exactamente.
3
La puerta de zinc que chirría en vaivén propio
impone la indolencia, la recaída en la vida que se añora
desde el momento mismo de morir y haber nacido:
eso dicen quienes, hoy todos muertos, me conocen
desde el primer llanto que a veces aún escucho
como si fuese éste aquel momento mío de nacer.
4
En serio Leibniz, “¿por qué no hay más bien nada?”,
pero nada de nada,
la bruta hosquedad de bien adentro,
puro sábado de radios lejanas y esquinas desiertas:
de pronto, el eco vuelve como si recién fuese alarido,
de pronto, un vagido anuncia en el establo un nacimiento,
de pronto, un chorro de agua recita salmos al hambriento,
lágrimas llovidas de quien se inclina para beber
en el más insondable de los cuencos: las manos abiertas.
5
Ahora, el brazo que seca el sudor cubre los ojos
y una sombra se apoya, con todo su peso, contra el cielo:
“¿por qué no están entre nosotros si ellos somos nosotros?”,
y en el temblor del cristal reconoces un rostro:
te da miedo el nombre que escribes con el dedo
como alma azorada al azar su propio aliento.
6
Nunca el mismo silencio responde a la misma pregunta:
-¿Una mónada de azúcar endulza el universo entero?”
-¿No es nada “mas bien nada” el plato del hambriento?
-¿Es furtiva del payaso la lágrima de toda belleza?
-¿Es acaso la muchacha que galopa en puntas de pie?
-¿Es el rugiido de los leones la música del circo?
- No, Leibniz, nada que ver: son las tripas que protestan…
7
Éramos pocos y parió la muerte, como si la
parca, con los ojos a punto de licuarse, fuese pura evidencia:
el crimen tensa el cuello al filo del
mismísimo cuchillo,
y tanto que, tajante, cortante, ni Leibniz lo desmiente:
la sangre es sangre pero nunca “razón suficiente”,
sino cuerpo que vuelve a hacerse polvo, barro, arcilla,
pero también yuyo humilde, huella descalza, cántaro.
Alberto Szpunberg
Argentino – 1940
De: ¿Por qué no hay más bien brócoli? - Ed. Lamás Médula – 2016
Foto: Deborah Valado
Extraída de: anccom.sociales.uba.ar
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