17 de enero de 2014
V
Luego vinieron y echaron abajo las puertas y ventanas,
sin más prueba que el apenas leve roce de los días
contra la cal que blanquea las paredes y la tregua aún
más blanca que el domingo:
- a ver ustedes, ustedes, descuelguen esas miradas del techo,
alguno que otro clavo, una foto de mamá, el florerito
con las rosas de hace un mes, y la manga de una
campera verde –el otro brazo no hizo falta- olvidada
en la silla del comedor,
- ¿Verde? ¿era verde? ¿era de un verde ya gastado, a punto
de ceder a la altura de los codos que sostienen
todo el peso de las circunstancias?
- ¿Es que acaso solía apoyarse en la mesa, abrir un libro
y subrayar ciertas palabras?
- ¿Es que previamente hay una cintura que investigar,
un talle ceñido una noche o todas las noches?
- Alguien, vaya a saber su nombre, alguien confesó
antes de morir que se amaban, y esta pelusa que la
pala recoge del aire es la prueba contundente de la
liviandad del amor que practicaban, por la manera
de dejarse caer en el aire, lentamente, el mismo casi
mismo movimiento, como un copo de nada, apenas
una hebilla de carey, huesos, cristales, miopías
destrozadas por la visión del mundo, los alaridos que
retumban todavía , porque tampoco sabe si él es él
o a lo mejor era ella u otro/otra que gritaba, es fácil
confundirte, confundirme, confundirlos…
- Pero, ¿alguien oyó algo?
- Yo no oí nada, señor, era domingo y nadie oyó nada…
- Naides más que naides, aquel de los oídos receptivos,
¿tampoco oyó nada?
- Yo no fui, señor, yo todavía no había nacido y,
además, era de noche.
Alberto Szpunberg
Argentino – 1940
De: “Luces que a lo lejos” – 2008 - En: “Como sólo la muerte es pasajera”.
Poesía reunida - Ed. Entropía – 2013
Foto extraída de: www.radio.cz
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