13 de abril de 2010
ODA A CÉSAR VALLEJO
A la piedra en tu rostro,
Vallejo,
a las arrugas
de las áridas sierras
yo recuerdo en mi canto,
tu frente
gigantesca
sobre tu cuerpo frágil,
el crepúsculo negro
en tus ojos
recién desencerrados,
días aquéllos,
bruscos,
desiguales,
cada hora tenía
ácidos diferentes
o ternuras
remotas,
las llaves
de la vida
temblaban
en la luz polvorienta
de la calle,
tú volvías
de un viaje
lento, bajo la tierra,
y en la altura
de las cicatrizadas cordilleras
yo golpeaba la puertas,
que se abrieran
los muros,
que se desenrollaran
los caminos,
recién llegado de Valparaíso
me embarcaba en Marsella,
la tierra
se cortaba
como un limón fragante
en frescos hemisferios amarillos,
te quedabas
tú
allí, sujeto
a nada,
con tu vida
y tu muerte,
con tu arena
cayendo,
midiéndote
y vaciándote,
en el aire,
en el humo,
en las callejas rotas
del invierno.
Era en París, vivías
en los descalabrados
hoteles de los pobres.
España
se desangraba.
Acudíamos.
Y luego
te quedaste
otra vez en el humo
y así cuando
ya no fuiste, de pronto,
no fue la tierra
de las cicatrices,
no fue
la piedra andina
la que tuvo tus huesos,
sino el humo,
la escarcha
de París en invierno.
Dos veces desterrado,
hermano mío,
de la tierra y el aire,
de la vida y la muerte,
desterrado
del Perú, de tus ríos,
ausente
de tu arcilla.
No me faltaste en vida,
sino en muerte.
Te busco
gota a gota,
polvo a polvo,
en tu tierra,
amarillo
es tu rostro,
escarpado
es tu rostro,
estás lleno
de viejas pedrerías,
de vasijas
quebradas,
subo
las antiguas
escalinatas,
tal vez
estés perdido,
enredado
entre los hilos de oro,
cubierto
de turquesas,
silencioso,
o tal vez
en tu pueblo,
en tu raza,
grano
de maíz extendido,
semilla
de bandera.
Tal vez, tal vez ahora
transmigres
y regreses,
vienes
al fin
de viaje,
de manera
que un día
te verás en el centro
de tu patria,
insurrecto,
viviente,
cristal de tu cristal, fuego en tu fuego,
rayo de piedra púrpura.
De “Odas Elementales”
Es considerado uno de los más altos representantes de la lírica hispanoamericana. Su verdadero nombre fue Neftalí Reyes Basoalto.
Nació en Parral. Hijo de un conductor de trenes y de una maestra de escuela, quien falleció dos meses después que nació el poeta. Estudió en el liceo de Temuco y luego en la Universidad de Chile. A partir de 1927, se desempeñó como Cónsul de Chile en Calcuta, Rangún, Java, Buenos Aires, Barcelona, Madrid y México. Vivió en el exilio en varios países de Europa a partir de 1948. En 1953 volvió a Chile y se estableció en Isla Negra.
Su obra: Crepusculario (1923); Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924); Residencia en la Tierra (1933) y Canto General (1950).
Recibió innumerables distinciones, entre las que se destacan: el Premio Nacional de Literatura en 1945, el premio Lenin de la Paz en 1953, el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Oxford en 1965 y el Premio Nobel de Literatura en 1971.
Otras obras: Odas elementales (1954), Canción de gesta (1960), y Confieso que he vivido (memorias póstumas, 1974).
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