Estación Quilmes

  Fernando Pessoa

23 de mayo de 2010



Al volante del Chevrolet por el camino de Sintra

Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra,
al claro de luna y al sueño, en la carretera desierta,
solitario manejo, manejo casi despacio, y un poco
me parece, o me esfuerzo un poco para que me parezca,
que sigo por otra carretera, por otro sueño, por otro mundo,
que sigo sin que haya Lisboa atrás dejada o Sintra a la que llegar,
que sigo, ¿y que más puede haber en seguir sino no parar, proseguir?

Voy a pasar la noche en Sintra por no poder pasarla en Lisboa,
pero, cuando llegue a Sintra, sentiré la pena de no haberme quedado
en Lisboa.
Siempre esta inquietud sin propósito, sin nexo, sin consecuencia,
siempre, siempre, siempre,
esta excesiva angustia del espíritu por ninguna cosa,
en la carretera de Sintra, o en la carretera del sueño, o en la carretera
de la vida...

Maleable a mis movimientos subconscientes del volante,
abajo salta conmigo el automóvil que me prestaron.
Sonrío por el símbolo, de pensar en él, y al doblar a la derecha.
¡En cuántas cosas prestadas yo sigo en el mundo!
¡Cuántas cosas que me prestaron manejo como mías!

A la izquierda la casucha -sí, la casucha-, al borde del camino.
A la derecha el campo abierto, con la luna a lo lejos.
El automóvil, que hace poco parecía darme libertad,
es ahora una cosa donde estoy encerrado,
que puedo conducirlo sólo si estoy encerrado en él,
que domino sólo si me incluyo en él y él me incluye.

A la izquierda, ya atrás, la casucha modesta, menos que modesta.
Allí la vida debe ser feliz, sólo porque no es la mía.
Si alguien me vio desde la ventana de la casucha soñará: aquel sí que es feliz.
Tal vez al niño que espiaba por los vidrios de la ventana del piso superior.

Tal vez yo haya quedado (con el automóvil prestado) como un sueño,
como un hada real.
Para la muchacha que al oír el motor miró por la ventana de la cocina,
desde el piso de abajo.
Soy algo del príncipe de todo corazón de muchacha,
y ella me mira de reojo, por los vidrios hasta la curva en que me pierdo.

Dejaré sueños atrás de mí, ¿o es el automóvil el que los deja?
Yo, conductor del automóvil prestado, o ¿el automóvil prestado que conduzco?

En la carretera de Sintra al claro de luna, en la tristeza, ante los campos
y la noche, mientras conduzco el Chevrolet prestado desconsoladamente,
me pierdo en la carretera futura, me sumo en la distancia que alcanzo,
y en un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible,
acelero...

Pero mi corazón quedó en el montón de piedras que esquivé al verlo sin verlo,
junto a la puerta de la casucha,
mi corazón vacío,
mi corazón insatisfecho,
mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida.

En la carretera de Sintra al filo de la medianoche, al luar, al volante,
en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación,
en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra,
en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí.


Fernando Pessoa
Nació el 13 de junio de 1888 en Lisboa (Portugal).
Muere el 30 de noviembre de 1935.
La consigna de Pessoa fue: "iSé plural como el Universo!".
Su aullido: "Dios mío, Dios mío, ¿A quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?".

  Liliana Lukin

22 de mayo de 2010



Construcción comparativa

III

Como un tren en la noche
dejando paisajes sin tocar
se acerca desde lo oscuro al día
asi en el lento vaivén sonoro
el rodar de una idea
hace su viaje destinada a llegar
entre siluetas más o menos inmóviles
al corazón de tus tinieblas.

Como un largo tren
cuyas luces son para el afuera
un faro soluble en el tiempo
del transcurrir entre dos puertos
asi va la vida sobre rieles
hacia un amparo elegido
como estación y como fruto
haciendo el centro del viaje
en aquello que estará a la espera.

Un tren en marcha
que de todos modos se detiene
aquí y allá en puntos necesarios
para la estrategia de avanzar.


Liliana Lukin
De. Construcción comparativa, 1998
Nació en Banfield, provincia de Buenos Aires. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos. Publicó Abracadabra (Plus Ultra, 1978), Malasartes (Galerna, 1981), Descomposición (De la Flor, 1986), Cortar por lo sano (Ediciones Culturales Argentinas, 1987), Carne de tesoro (Sudamericana 1990), Cartas (De la Flor, 1992), Construcción comparativa ( plaqueta, Ediciones Delanada, 1998) y Las preguntas (De la Flor, 1998).

  Roberto Daniel Malatesta

21 de mayo de 2010



El buen vecino

A través del aire límpido de mayo
Clic...
Clic...
las tijeras de podar
del buen vecino.
Duelen un poco,
bajo la luz brillan,
vacilan
y vuelven a arremeter.

Duele
aquel desmembrar en seco:
ramas de fresno
sobre la gramilla.
Duelen
un poco, dolerían
mucho más
si uno no supiese que él,
el buen vecino,
cree en la primavera.



Roberto Daniel Malatesta
Del cuidado de la altura del níspero
Nació en la ciudad de Santa Fé, Argentina, en 1961. Ha publicado varios poemarios: Casa al sur, 1987; La prueba de la soledad, 1991; Del cuidado de la altura al níspero, 1992; Las vacas y otros poemas, 1994 y Flores bajo la lluvia, 1998.

  Horacio Castillo

20 de mayo de 2010



El pecho blanco, el pecho negro

Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resignación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.



Horacio Castillo
De. Los gatos de la Acrópolis, 1998
Nació en Ensenada, Provincia de Buenos Aires, en 1934. Reside en La Plata.
Publicó los siguientes libros de poesía: Descripción (1971), Materia acre (1974), Tuerto rey (1982), Alaska (1993), Los gatos de la Acrópolis (1998), Cendra (2000), Música de la víctima y otros poemas (2003) y Mandala (2005). Su obra poética fue reunida, además, en varios volúmenes, entre ellos: La casa del ahorcado (1999) y Por un poco más de luz (2005).

  Jorge Mario de Lellis

19 de mayo de 2010



Canto a los hombres del dólar

"Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del león español"

Rubén Darío


Por suerte están muy lejos.
Por suerte se terminan poco a poco,
declinan sus abyectos cauces,
se anuncian como son -monedas-,
escupen chicles, tienen guatemalas.

Porque donde fueron posible intervención,
donde vieron la fruta sazonada
al alcance del brazo que encajona,
no dudaron de hacerlo.

Porque donde se hallaron
con guano, con petróleo,
con estaño sudado,
con cajeras bonitas y fábricas textiles,
con sucios pescadores de lampreas,
con terrenos de caucho
o magros buscadores de oro en las riberas,
o pequeños patrones de chatas en los puertos,
o aun con simples piedras del paleolítico;
donde hallaron lo útil,
la clásica ganancia para su impavidez,
lo embarcaron en anchas bodegas trasatlánticas,
lo custodiaron mucho
y le dieron destino de usinas o de acciones.

Por suerte están muy lejos.
Por suerte ya no tienen talismanes que los salven
y hacen que otros abran sus ventanas,
sus viejas banderolas,
vean de lleno el sol que fecundó las mieses,
vean de lleno obreros, cargadores,
muchachos sin comer,
jerárquicos pastores con la biblia al hombro,
católicos creyéndolos
y raspajes de muerte
en mujeres queridas de turismo,
y entonces es posible que esos otros
los vean como son
y piensen libertades
y crean en el unto de amor de las familias
y busquen desprenderse.
(Se desprenden).

Porque ellos caen de pronto
-felices capataces de las tierras volcánicas,
de las islas varadas en medio del océano,
de las quintas cargadas de rocío
donde crece el tomate como un coágulo,
de la locomoción,
de la primera plana y el teléfono-
caen sin que nadie diga qué importancia
tendrá darles, de más, metros de tierra.

Pero al caer transforman, miden, quitan.
Y con la venia dulce de la luna
se instalan mercaderes de los sueños.
Porque acabadamente,
con letreros y avisos y empresarios
se hicieron democracia en el ocaso
y en el duro maíz
y en la sal de los trópicos.

Porque rastreramente,
con la corbata chic del diplomático
intervinieron muelles, jeroglíficos,
lugares donde matan a cuadrúpedos,
tallarines cantados, ejércitos de negros.

Porque impecablemente
vinieron a llevarse bandoneones
y se fueron.

Porque tardíamente
dieron el oro a cambio del obrero
y con sus duros ganglios de bandidos
después de comprobarnos el declive
se nos fueron.

Porque pusieron pie y robaron tierra.
Porque nosotros somos
ese ejército limpio de cachorros
con un diente en la lengua y un puño en cada lance
y un amargo sudor donde acabadamente
han de caer los hombres de los dólares,
los cajeros del caucho y del petróleo,
los que nos dieron luz sin alumbrarnos,
los ricos mercaderes que creyeron
que América no es de carne y hueso.



Jorge Mario de Lellis
(1922-1966) es una de las voces más sobresalientes de la generación del 40. Autodidacto por decisión propia.
"Cantos humanos", "Hombres del vino, del álbum, del corazón" y "Hortigueral de Almagro" son algunos de sus poemarios.

  Leonor García Hernando

17 de mayo de 2010



Tangos del asesinato

"desde la mitad de su crecimiento las mujeres son
cuidadosamente envenenadas"
Max Ernst

Todo es desorden.
No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes.
No devores otro pan, otro licor de sueño.
No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has
codiciado.
Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio
de los materiales.
¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes
misteriosos?
¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan
como algas en la oscuridad del mar para qué?
Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la
trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy
en la tormenta.
estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus
bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con
agitación
no hay horror si uno respira con suavidad sobre los
vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal
apretadas por el remolino
y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser
pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a
retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes
+que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas mu-
chachas que se alejan con perlas en las orejas.
No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu
destino errado.
Responde al terror con otro veneno en los labios.
Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco
de la puerta cuando tu madre se mueve con un
arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus
opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu
hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza
la duerme agotada
y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no
quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí
tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad
inconclusa de la demencia.
No creas que mi rostro de barco es para esos corales.
No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un
faro en la playa de piedra.
La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en
la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos
se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles
arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta
hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos
impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones.
Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche,
tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre
nuestros hombros desnudos las nubes se mueven
estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en
sombra
y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio
de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre
golpear a la madre como un paisaje de campo desde la
ventanilla del tren.
Ustedes que no han nacido y están rotas como los
pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja.
Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán
contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los
peldaños de la escalera y mira
yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la
mano e ilumina el descampado.
Además están los sencillos manteles las hamacas donde
el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te
obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza,
escuchas el sonido del broche cerrándose
los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el
ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer.
No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre
objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su
candelabro de hierro
soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde
brillan los dientes de jabalí.


Leonor García Hernando
Nació en Tucumán en 1955. Formó parte del taller literario "Mario Jorge de Lellis" y de la dirección de la revista Mascaró. Publicó Mudanzas (1974), Negras ropas de mujer (1987), La enagua cuelga de un clavo en la pared, y Tangos del asesinato (1999).
Su última lectura pública fue el 22 de marzo de 2001 en la Universidad de las Madres.
El viernes 30 de marzo de 2001 falleció en el Hospital Oncológico Marie Curie.

  John Berger

16 de mayo de 2010



Palabras

(a Beverly)


I

Garganta abajo
se precipitaban
la gente y la sangre

en los helechos
inalcanzable
aullaba un perro

una cabeza entre los labios
abrió
la boca del mundo

sus pechos
como palomas
se le posan en las costillas

su hijo mama el largo
hilo blanco
de las palabras que vendrán


II


La lengua
es la primera hoja de la columna vertebral
bosques de lenguaje la rodean
como un topo
la lengua
abre madrigueras en la tierra del habla

como un pájaro
la lengua
vuela en los arcos de palabra escrita

La lengua está amordazada y sola en la boca



John Berger
Inglaterra – 1926
De “Páginas de la herida”
Nace en Londres en 1926. Crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están G., ganadora del prestigioso Booker Prize en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte, Modos de ver, el cual es un texto de referencia básica para la historia del arte.
A los treinta años decidió dejar de pintar para dedicarse completamente a la escritura, no porque, según sus palabras, dudara de su talento como pintor, sino porque la urgencia de la situación política en la que vivía (plena guerra fría) parecía requerir de él que se pusiera a escribir.
En la elección de los temas sobre los que escribe, John Berger ha seguido evidenciando hasta hoy su compromiso con la escritura como medio de lucha política.
Prolífico autor de ficción, no ficción, guiones de películas, y en poesía “Pages of the Wound” (Páginas de la Herida: antología poética, Visor, 1995)